¿Quién puede afirmar que sabe de baloncesto?




Artículo de Gonzalo Vázquez
Baloncesto y saber


Recientemente en un foro, se insinuaba un bonito debate que se apagó casi antes de nacer. Se discutía qué es eso de saber de Baloncesto y dónde reside el misterio que separa a los entendidos de los ignorantes. Casi nada.

No es la primera vez que el debate asoma. Ni será la última. No mientras sea más frecuente de lo deseable que la valoración de un sujeto, mucho antes que rebatida, sea descartada de inicio no por el contenido de la ponencia sino por la presunta condición del ponente, a quien se llega a objetar tanto no saber como no poder saber. Del mismo modo sucede que las opiniones con más fuerza rechazadas suelen ser contrarias a la corriente de opinión generalizada. Y aunque sea razonable oponerse a un disparate, demasiado ocurre que aquello que se ignora sea condenado de antemano. Así se acusa al ponente de ignorante.

Y cabe entonces preguntarse no tanto los motivos por los que una inmensa porción el público queda de este modo silenciada, sino algo mucho más crucial: qué se precisa para demostrar que, en efecto, se sabe de Baloncesto.

Se trata, en el fondo, de una cuestión mucho más compleja de lo que parece. El Baloncesto es una actividad demasiado rica, universal y voluminosa, por lo que abordar con honestidad este asunto excede con creces la extensión de estas líneas. Sin embargo es posible delinear una silueta del conocimiento que ayude a separar el grano de la paja. O más concretamente: a seleccionar el grano. De entrada, el saber en el Baloncesto debería ser formulado por medio de tres preguntas:

1- Qué es saber de Baloncesto.
2- Quién sabe de Baloncesto.
3- Quién decide quién sabe de Baloncesto.

Nos quedamos con la primera, sin duda la más importante, porque todas las respuestas se hallan implícitamente recogidas en ella. Así pues: ¿Qué es saber en el Baloncesto? ¿Qué se precisa para ello y cómo reconocer el saber?

En el Baloncesto coexisten muy diferentes grados de saber que van desde la básica comprensión del juego de un aficionado medio a la profundidad cognitiva del investigador más experto. Entre ambos extremos media una escala infinita de saberes que son necesarios y contribuyen a alimentarse los unos a los otros. El saber en el Baloncesto es poliédrico. Hay saberes que viven instalados en una sola cara y saberes que precisan de todas ellas. Pero en todo caso hablamos de saberes recíprocos, no excluyentes. Y es equivocado o responde a interés blindar jerarquías entre ellos.

Así es frecuente la postura que tiende a menospreciar el saber enciclopédico como abriendo una disyuntiva irreconciliable entre la erudición y la presunta sabiduría. “Usted conoce muchos datos, pero no sabe de Baloncesto”. De igual modo el pedagogismo típico de algunos entrenadores propende a despreciar el saber que no posee fines prácticos, utilitarios o profesionales. “Usted no es entrenador: no tiene nada que enseñarme”. Son, en el fondo, actitudes que buscan arrogarse el conocimiento del juego en exclusividad. Lo curioso es que el proceso no acontece a la inversa: el investigador no dice que el entrenador no sepa. El investigador no excluye a nadie. Porque si lo hiciera estaría negando la oportunidad básica que precisamente le ha conducido a creer en la democracia del conocimiento mediante la cual su saber es posible.

Para afrontar la cuestión del saber en el Baloncesto, es conveniente abrir una serie de grandes campos de conocimiento. Inicialmente es posible hacerlo en siete que a continuación pasamos a describir:

1. Práctica. El saber lúdico.
2. Enseñanza. El saber docente.
3. Instrumentación de la práctica. El saber profesional.
4. Escrutinio. El saber demográfico.
5. Teoría. El saber interpretativo.
6. Historia. El saber narrativo.
7. Los saberes accesorios.

1. Práctica. El saber lúdico.

Concierne en lo fundamental a los jugadores de toda edad y condición, desde el adolescente que comienza a descubrir los misterios del juego al veterano de élite. Porque jugar es saber. Igual que vivir es aprender la vida, jugar es aprender el juego. Digamos que una porción fundamental del saber el Baloncesto pertenece de raíz a su práctica. Se trata de conjugar el juego en primera persona.

El saber del jugador no sólo se verifica jugando. Cuando éste adopta el papel de espectador su percepción se verá dramáticamente alterada. La familiaridad con lo que observa le hará experimentar un estado mental muy activo a través del que proyecta su saber a la escena, comprendiéndola primero y estableciendo una muy curiosa relación con los jugadores, con quienes comparte aciertos y errores, y comprende y hasta intuye su quehacer. Acusa entonces una diferencia muy pronunciada con el espectador advenedizo o, en el caso más extremo, con el espectador virgen. La diferencia entre ambos estriba en un grado muy distinto de saber que se expresa a través del entendimiento más básico del juego.

Sin embargo, saber no es dominar el saber plenamente. Por eso no todo jugador es un experto ni tiene por qué serlo. La práctica del juego tan sólo establece el primer paso hacia el saber. De modo que incluso el más torpe jugador imaginable cuenta con un seguro y silencioso bagaje que permite, en su doble papel de jugador y espectador, una comprensión razonable del juego. Aquí reside entonces el primero de los saberes del Baloncesto y posiblemente el más hermoso.

2. Enseñanza. El saber docente.

Atribuido por lo general a todos aquellos sujetos que imparten magisterio del juego en sus primeras fases. Son en su mayoría los llamados entrenadores de formación, gentes que a menudo de manera incondicional y desinteresada transmiten sus conocimientos a los más jóvenes con un primer propósito de orientación. Aprender a botar, aprender a tirar o aprender a pasar, representan un conjunto de principios básicos que se aprenden, además de jugando, recibiendo el conocimiento de esos primeros maestros que corrigen, orientan y básicamente enseñan. Se trata de una serie de enseñanzas muy tiernas pero no por ello menos importantes. Si el primer saber, el jugar, es un saber activo éste lo será doblemente. Porque nadie podrá correr sin haber aprendido antes a caminar.>

En realidad, no es necesario ningún carné de entrenador para impartir una serie de nociones que, sólo en un principio, es posible transmitir con éxito. Un buen aficionado o alguien con gran devoción y entusiasmo por el Baloncesto, cualquiera que lo haya practicado durante algún tiempo, es capaz de facilitar a un niño esos primeros pasos que, en fases posteriores, trascenderán con creces la labor del maestro. Porque el saber es geométrico se trata de una lógica inquebrantable. Es raro que un alumno de educación básica corrija al maestro de quien recibe la clase. Pero un doctorando contará con un bagaje de saber lo bastante grande como para poder oponer resistencia crítica al saber del maestro. Es célebre el caso de Jordi Bonareu al contravenir las recomendaciones de sus técnicos perserverando en solitario en replicar la técnica de lanzamiento de Jerry West con un éxito en este caso atribuible al saber del alumno. Y de igual modo la ventaja como alumno que representa Ricard Rubio termina por dotarle, a pesar de su edad, de una cierta autonomía.

En esta fase avanzada maestro y alumno forman ya parte activa del saber el juego. Los dos son entidades por fin autónomas. El saber lo habrá hecho posible. Y no han sido pocas las grandes estrellas de nuestro deporte para quienes las figuras más influyentes de sus vidas deportivas fueron estos primeros maestros que el reconocimiento público de costumbre olvida, lo que termina por añadir a este saber un componente altamente ético.

3. Instrumentación de la Práctica. El saber profesional.

Posiblemente el momento más crítico del saber o el saber en estado sólido: la etapa en que el saber adquiere un sentido forzosamente utilitario al estar sometido a los imperativos de la profesión. La llamada instrumentación de la práctica corresponde a los llamados entrenadores de élite. Una vez los jugadores han atravesado todas las fases previas del saber terminan por orientarlo a su propósito último: la victoria en la alta competición. Para favorecer esa necesidad el Baloncesto estableció inicialmente un régimen de gobierno presidido por los entrenadores, que harán las de tutores sobre el destino de los jugadores. Este primer destino extiende la influencia maestra en todas las direcciones y amplía el valor de su saber al límite de lo humanamente posible. Sin embargo, este sentido ideal está condenado al mismo tiempo por otro destino, el de los equipos, y así el saber constriñe su camino como un embudo hacia una sola dirección: la victoria. Todo cuanto quede fuera de ella será para este género de saber un saber evitable.

Un entrenador de élite es, por definición, un experto del juego. Su saber es inmenso. Pero todo él es un saber estratégico. Está orientado no ya a la consecución de unos fines sino a la consecución de uno solo. Y aunque lo más valioso de la carrera deportiva de un entrenador discurra en la constante interacción con el juego y los jugadores, el objetivo único de su profesión, ganar, hace de los entrenadores instrumentos cuyo saber sólo adquiere sentido en una dirección muy concreta. Por eso el saber de los entrenadores, contrariamente a lo que se piensa, no concentra el total de los saberes del juego, sino una sola parte. Del mismo modo que un entrenador es un experto del juego no tiene por qué serlo en aquellos otros legítimos saberes del Baloncesto que le son del todo improductivos o para los que su profesión no encuentra utilidad concreta, como serían clasificar las mecánicas de lanzamiento, interpretar un ciclo histórico en una liga remota, conocer la biografía deportiva de una estrella o estar al tanto del mercado joven de otro continente. Hay entrenadores que penetran dignamente en el terreno teórico al tiempo que hay otros muchos a quienes no se conoce la existencia de una sola línea. El carácter de su profesión les libera de todo saber que no atañe a sus exigencias más inmediatas, que colman casi la práctica totalidad de su tiempo.

Como su saber es estratégico y está sometido a los imperativos de la victoria, el entrenador concentra sus esfuerzos en los entresijos del juego conjunto, de los que su ciencia es la táctica. Por eso no es equivocado definir al entrenador de élite como un cirujano táctico del juego. El entrenador es al Baloncesto lo que el compositor a la Música. Y el sentido común no dice que el saber de la Música sólo concierne a los compositores.

4. Escrutinio. El saber demográfico.

Aunque existe desde siempre se trata de un saber de desarrollo propiamente moderno. De un tiempo a esta parte el Baloncesto se ha dotado de cuerpos de prospección del talento a lo largo y ancho del globo. Para que ello sea posible los llamados ojeadores –el scouting internacional– deben contar por sí mismos con otra destreza, el olfato para percibir y anticipar el talento, que sólo el escrutinio prolongado y masivo de cientos y cientos de jugadores, en la práctica, proporciona. Y aun con ello el margen de error es enorme. Porque hablamos de un saber intuitivo que, más allá de la profesión del scout, extiende su influjo a todo avezado espectador del juego, del asiento de grada al entrenador de élite. El común denominador que permite compartir esa escala es precisamente un tipo de saber contemplativo. Un tipo de saber, íntimo y silencioso, que una experiencia lo bastante voluminosa como espectador del juego y los jugadores favorece a acumular.

El espectador que distingue al bueno del malo es el primer catador del juego que, en sus fases más avanzadas, darán en el ojeador profesional. Esta percepción del instinto hace del saber demográfico una condición mucho más común que cualquier otra. Sólo que a diferencia del aficionado, el profesional se ve mucho más obligado a concentrar su visión en jugadores nonatos. El draft es la expresión material más definida de este saber de caza.

5. Teoría. El saber interpretativo.

La más vasta de las disciplinas del saber y paradójicamente la más desconocida. El estilo del mundo que conocemos, dominado por el espíritu de la competencia, convierte al Baloncesto en una de tantas actividades pendulares de la que sólo parece importar quién gana y quién pierde. Se trata de una grave miopía social que en el mundo del deporte adquiere su más cruda expresión.

La estadística como saber numérico, el arbitraje como estudio, el reglamento como praxis, la estética como envoltorio de la acción, la técnica y sus formas, la observación y el estudio de las diferentes culturas del juego, la sociología de jugadores y equipos, los misterios de la gimnástica aplicada, el curso histórico del Ethos, la adhesión pública y, en suma, todo saber especulativo aunque improductivo pertenece al fascinante universo de la Teoría. Recoge ésta un saber tan ilimitado que todo aquello que pueda ser conceptuado pasará a formar parte del conocimiento legítimo del juego. Será un saber nuevo o la profundización de uno viejo. Pero un saber de pleno derecho.

La diferencia básica entre un entrenador de élite y un investigador reside en que aquél es un experimentalista y éste un teórico. Aquél necesita probar sus teorías por medio de la más cruda selección; éste no precisa de esa demostración sino del debido rigor especulativo. Por ello el investigador es más libre, más explorador, pero al mismo tiempo más humilde, pues el grado de su éxito o fracaso no es comparable al que experimenta un entrenador de élite ni se mide en la tangible disyuntiva de victoria y derrota. El teórico no es un mercenario del marcador ni la verificación de su saber tendrá que pasar el peaje de los resultados de doble cara. El entrenador, mal que le pese, sí.

Así los intelectuales, de condición muy remota a los informadores, suelen ser las primeras víctimas de la terrible simplificación real en que el Deporte vive instalado. Su existencia es escasa y nada contribuye a invertir el proceso cuando ellos mismos tienden a percibir más penosamente su privación de status, y se sienten, doblemente aislados e inútiles bajo el régimen de urgencia informativa que países como España han establecido sin encontrar la menor resistencia o alternativa. Son observados con recelo porque muévense en un mundo de ideas, doctrinas y saberes que nadie demanda. De ahí que además de improductivo, su saber siga instalado en la penumbra del reconocimiento cuando ninguna figura más útil que el intelectual para emprender el llenado de vacíos teóricos que ni el jugador, ni el formador ni el resultadista, van a tener voluntad y tiempo de alumbrar. La participación de los intelectuales en el Baloncesto brilla por su ausencia, su influjo es inexistente o, a lo sumo, resulta marginal o anónimo. Nadie conoce a los investigadores de las técnicas de salto en el atletismo o al ideólogo de un sistema de competición. Ambos habrán fraguado sus creaciones en la soledad del despacho con la esperanza de que sus obras vean la luz o dormiten, a lo sumo, en el mohoso silencio de alguna estantería. Salvo honrosas excepciones los Theory Contributors son, hasta el momento, una de las asignaturas pendientes del reconocimiento público del Baloncesto como saber universal.

Debido a la inconcebible magnitud de su posible alcance y no obstante las construcciones teóricas ya erigidas, la teoría en el Baloncesto es por todo ello uno de los saberes más embrionarios aun a estas alturas de la historia.

Hay sin embargo un saber interpretativo que en su versión más afortunada adquiere el rango de profesión. Se trata de la figura del analista, un sujeto necesariamente dotado de ilustración y talento. Ello obliga a que el analista no sea un mero informador. Sino un alquimista de la información –de toda ella– que toma el pulso de la actualidad para dotarla de forma y, llegado el caso, anticipar devenires. De entre todas las complejas tareas que le tocan, una de las más impopulares es sin duda la de hacer las de crítico con jugadores y equipos. Topa entonces con la hacienda de jugadores y técnicos. Y aunque ésta no debiera ser su primera función, sí que resulta ineludible. Estados Unidos es hasta la fecha el paraíso de teóricos y analistas. En otros países esta figura brilla por su ausencia no dándose intermediarios entre los protagonistas del juego y la masa pública. Ésta no la demanda y aquéllos difícilmente la aceptan. En España la presunta figura del analista se confunde históricamente con entrenadores y ex jugadores, aunque muy a menudo ni unos ni otros cumplan con alguna de sus premisas.

6. Historia. El saber narrativo.
Posiblemente el pilar sobre el que se asientan todos los demás saberes. Porque sólo a través de la historia es posible que el saber de hoy tenga valor mañana. Y aunque hablamos de un saber teórico aparecen sus procesos y confines tan delimitados que por sí misma la historia representa un conocimiento autónomo y distinto a los demás.

En primer lugar la historia no es sólo documentación ni el historiador un notario de ella. La documentación, los datos, los hechos, son infinitos. Sólo al historiador cabe la responsabilidad de dotar al hecho de su condición histórica. Todos los equipos y jugadores, todas las ligas y torneos, por el mero hecho de haber existido, son y representan la materia prima viva de la historia. Todo es historia. Por eso la prospección de datos, el conocimiento de lo verdaderamente relevante, confiere a la historia el valor de conocimiento básico para entender, en nuestro caso, el Baloncesto como proceso histórico.

Cuando ojeamos el palmarés de una liga, de sus campeones o galardonados, no vemos más que un automático listado de nombres. El saber histórico dota de sentido a esos nombres y abre en cada uno de ellos una historia particular que, en conjunto, favorece la comprensión del presente. A tal punto es así que la celebración de una victoria actual sin el conocimiento del pasado sólo es posible al sujeto que, antes que aficionado al Baloncesto, lo es a la filiación de unos colores. La realidad del Deporte vive instalada en un absurdo del que rara vez se da cuenta. Mientras acontece su mundo está repleto de episodios. Cuando termina sólo parece prevalecer un campeón, un nombre y una línea más que añadir a un palmarés que no deja de crecer favoreciendo la atomización de los recién llegados. Ya se encarga la actualidad de desplazar lo ocurrido y sepultarlo casi de inmediato en las profundidades de la historia. Pues aquí es donde el saber histórico adquiere su sentido fundamental: más allá de narrar lo acontencido se encuentra su rescate. Y rara es la vez que el rescate de la historia carece de interés.
La historia es más necesaria aún que el presente. Aquella permanece y éste no hace más que morir para pasar a engrosar sus filas. El saber histórico ni muchos menos corresponde en exclusiva al historiador. Se pide que el aficionado medio posea un mínimo conocimiento histórico sin el cual el presente no se comprenderá del todo y sus particulares saberes carecerán de raíz. Es difícil comprender la euforia del actual Real Madrid sin conocer los años de desventura que preceden a su triunfo y que a su vez suceden a una dinastía prolongada durante décadas. Sin la historia no se comprende ese sentido de resurrección. Asimismo la victoria de San Antonio queda disuelta en el acontecer de una noche si no se comprende el verdadero valor que supone obtener un cuarto anillo en nueve años y el porqué cuatro anillos en nueve años encierran un valor tan inestimable. Y lo mismo es aplicable a jugadores, entrenadores y demás protagonistas del acontecimiento histórico. La historia es el referente a través del que calibrarlo todo.

Un buen aficionado al Baloncesto no debería carecer de un mínimo conocimiento del pasado. Y pasado es todo cuanto terminó ayer.

He aquí un saber ineludible que Internet ha terminado por relativizar. Porque no se trata de recitar un interminable desfile de nombres. Se trata de insuflar una poca vida a cada uno de ellos o al grupo en conjunto o al momento de la historia en que dieron. A fin de cuentas, comprensión. No enumeración.

7. Los saberes accesorios.

Hay otros muchos saberes que, sin dejar de tener su importancia, no conciernen exclusivamente al Baloncesto sino a otras muchas actividades cuyo común comparten. Estos saberes guardan una relación premeditada con el juego pero no son propiamente el juego. La boda de un jugador en verano o las cláusulas particulares en la negociación de un contrato representan saberes accesorios que tienen al Baloncesto como accidente y no como fundamento. Los agentes y representantes de jugadores, los presidentes y propietarios, con contadas excepciones, no poseen ningún saber relacionado directamente con el Baloncesto ni tienen por qué. Contrariamente a Mendoza, Querejeta experimentó diversas fases del saber y, asimismo, los conocimientos de Ortega o Paniagua deberán preceder a su profesión de mercaderes. Y es que hablamos en general de gestores de sujetos-asalariados (no jugadores) y entidades-empresas (no equipos) que guardan con el juego la misma relación que un banquero con el dinero. Lo gestionan y administran. Pero tanto lo pueden hacer con jugadores como con operarios metalúrgicos. El Baloncesto es para ellos el solar que explotar racionalmente.

La presencia del dinero en el Baloncesto concierne al papel profesional que este deporte, como cualquier otro, adquirió hace demasiado tiempo. Y donde hay profesión hay empresa. Por lo que toda relación económica variará según la particular política de cada una de las competiciones y organizaciones que lo vean desarrollar. Sin embargo, vive hoy el Baloncesto un tanto enfermo de veneración a las relaciones económicas que permiten la transacción de jugadores y equipos, al deporte como Monopoly. No es nada infrecuente que los jóvenes aficionados se recreen hasta en la más oculta de las cláusulas contractuales de los jugadores. Ello no es nocivo. Lo es cuando el jugador, bajo esa óptica morbosa, desaparece como sujeto deportivo para travestirse en mera moneda.

Asimismo las informaciones que atañen a la vida privada de los jugadores o cualquier otro miembro del entorno del Baloncesto, siempre y cuando estos hechos no influyan de un modo decisivo en su papel profesional, serán saberes accesorios al juego. Podrán ser muy relevantes como sociología. Pero absolutamente prescindibles en lo que al Baloncesto respecta.
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> Los representantes de modas y firmas deportivas protagonistas, el papel técnicamente instrumental de mesas y anotadores, los diseñadores de calzado específico, la quirurgia prolongada del fotógrafo profesional y hasta la experiencia personal de los habituales cronistas, amplían el conocimiento accesorio hasta el infinito. Así el curioso deberá asomarse a alguno de estos saberes menores para profundizar en algún saber mayor.

Estas son, en definitiva, las siete grandes categorías del saber en el Baloncesto. Sin embargo, es más que posible que todo resulte mucho más sencillo para reconocer el saber de este deporte. A veces es suficiente prueba el querer saber y tener algo que decir, por pequeño que parezca. A veces es suficiente con saber que uno ama verdaderamente este juego.

Publicado en Basketme.com