PIGMALION

Hábitos de comunicación para una organización sostenible. Toral Madariaga.

image En los últimos años se viene insistiendo en la necesidad de una
valoración más integral que complemente la remuneración económica. El salario emocional es una especie de paga extra que da cuenta de cómo alguien se siente valorado, y expresa la satisfacción y agradecimiento que percibe en su relación con la empresa. Aunque la remuneración económica sea aceptable,
cuando la valoración es mínima y el empleado se ve como un número, tiende a cumplir con las obligaciones, sin más. Si la valoración es negativa, el cumplimiento será más dudoso y su aportación irá a menos.

Por tanto, este aprecio no sólo es humanamente deseable, sino que es muy rentable para la organización. Esta nueva-vieja moneda funciona de acuerdo a la Ley de reciprocidad -de bien nacidos es ser agradecidos- que ha
comprometido siempre a las partes en un intercambio, aun sin estar escrita en convenio alguno. La gratitud que valora la importancia de cada cual, se puede expresar personalmente en muchos momentos y de muy diferentes formas, sin esperar a la jubilación para recibir el único y el último recuerdo de la empresa

¿Sabe usted cual es la palabra que más nos gusta escuchar? Precisamente aquella que nos hace más singulares, que no es otra que el nombre propio. Recordar los nombres y utilizarlos, personalizando los mensajes, actúa como un bálsamo en una conversación. Pruebe a usarlos más a menudo y observe el
efecto de rápida sintonía. Experimente este reconocimiento incluso para conseguir la atención de alguien que habla por los codos y no deja intervenir. Verá como atiende al oír su nombre, lo que le dará a usted una oportunidad
para tomar la palabra y conseguir que realmente le escuche.

En general, la mayoría de las personas tiende a responder según el trato recibido y lo que esperan de ellas, de manera que harán lo posible para no defraudar esa confianza. Este efecto Pigmalión, que tanto ayuda a una persona a creer en sus posibilidades, se puede volver contra todos, cuando los mensajes que recibe son despreciativos, y minan su confianza. No es lo mismo decirle a alguien que es un desastre, que referirse al hecho concreto en términos de desastre o preguntarle qué puede hacer para mejorarlo.

Desgraciadamente, ésta es una de las rutinas más extendidas también en las organizaciones deportivas donde muchos entrenadores insisten constantemente en los fallos, dando por sentado lo que está bien hecho. De sus entrenadores, Menotti llegó a decir que sólo aprendió de ellos lo que no
tenía que hacer.

Los refuerzos constantes –positivos o negativos– dirigen la atención de las personas, actuando a modo de profecía autocumplida. Cuando se refuerza un comportamiento, las personas tienden a repetirlo. El lingüista George Lakoff lo explica en un celebrado libro de título No pienses en un elefante. Las palabras que utilizamos tienen una extraordinaria capacidad de  vocación, de forma que no hay como decirle a alguien que no piense en algo, para que se obsesione con ello y se distraiga, en lugar de centrarse en la buena dirección.

Afortunadamente, tendemos a confiar en quienes confían en nosotros. Los científicos se han adentrado en los laberintos del cerebro humano para descubrir cómo funciona este circuito de recompensa. Según los neurólogos, la oxitocina es el agente químico cerebral que nos permite determinar en quién confiar y en quién no. El cuerpo humano produce una descarga de esta
hormona del placer, que nos estimula a repetir la experiencia y recompensar así a quienes nos muestran confianza, apoyo social, económico o romántico.

Los efectos de la oxitocina sobre el comportamiento y la interacción social determinan que niveles elevados de esta hormona en sangre mejoren la capacidad de los individuos para confiar en otras personas. La oxitocina funciona, por tanto, como lubricante natural en las relaciones humanas, premiando la confianza dada y poniéndonos a salvo del miedo y la desconfianza que obstaculizan la comunicación humana

 

PD: LADRAN, PUES CABALGAMOS