Por Oscar Garelli (Psicólogo)
A un gran número de profesionales del deporte les parece correcto, y hasta conveniente, que antes de una competición el deportista no debe practicar el coito, porque la fatiga física y el agotamiento muscular provocados por la actividad sexual es de tal grado que menoscaba sustancialmente su rendimiento deportivo.
Por esta razón se admite que se les prohíba mantener ningún tipo de contacto sexual durante las concentraciones previas a la competición. A veces, en el colmo de la estupidez, ni se les permite pasar unas horas con sus esposas, novias o amigas íntimas, no vaya a suceder que con el acaloramiento de un coito rápido el equipo no pueda ni mantenerse de pie durante el partido. Lo único cierto con respecto a la fatiga de un deportista tras una sesión de sexo es que esa sesión le reduzca el número de horas de sueño. Si no es así, no tendrá un efecto negativo en su rendimiento deportivo.
Esta creencia es falsa. Para explicarla debemos remontarnos un poco en la historia.
Proviene fundamentalmente del cambio conceptual que experimentó la sexualidad a partir de los siglos XVII y XVIII (Vern L. Bullough). Hasta entonces la opinión que se tenía sobre la sexualidad era fundamentalmente la que propugnó un obispo de Hipona en el siglo V (San Agustín, 354-430). Para él, toda actividad sexual era moralmente reprobable y pecaminosa, salvo la introducción del pene de un marido en la vagina de su esposa, con la mujer debajo del hombre y con el fin de procrear (por eso se le llama posición del misionero, porque era la que enseñaba la iglesia como única válida a los paganos que evangelizaban).
A partir del s. XVIII La sexualidad pasó de ser un tema de debate únicamente eclesiástico a entrar en el interés de la ciencia médica. O sería mejor decir que la biología y la medicina empezaron a descubrir distintos hechos que contradecían algunas de las creencias que los religiosos mantenían. Algunos descubrimientos supusieron un avance científico, otros... no tanto.
De esta forma, la sexualidad pasó de ser pecado mortal a fuente de todo tipo de enfermedades. Algunas ideas que se impusieron sobre la sexualidad sostenían que el gasto de semen producía lasitud, debilidad, oscurecimiento de los sentidos y deterioro espinal entre otros (Herman Boerhaave, 1668-1738).
La teoría Brunonianista (John Brown, 1735-1788), que tuvo una especial relevancia, defendía que las relaciones sexuales provocaban una estimulación excesiva causante a su vez de una "enfermedad esténica" caracterizada por la debilidad.
Especialmente influyentes fueron las ideas de Tissot (1728-1787) sobre los peligros de la actividad sexual. Mantenía que el cuerpo no era capaz de restaurar la pérdida producida por la actividad sexual, la diarrea y la pérdida de sangre. Especialmente peligrosa por la debilidad que causaba era la emisión excesiva de semen y enumeró las enfermedades que podría causar: locura, tuberculosis, dolores, granos, debilidad y otras más.
Hoy, en el siglo XXI, nos resulta fácil burlarnos de estas ideas. Pero dentro de unas semanas, durante el Mundial de Fútbol, seguro que algún entrenador recomienda a los futbolistas que ni se masturben para no agotar las energías, y durante el desayuno no me extrañaría que les sirviesen cereales Kelloggs o Graham Crackers (John Harvey Kellogg; Sylvester Graham, 1794-1851), que, por si no lo sabían, ambos productos fueron creados en el s. XIX como cura dietética contra la masturbación y los peligros que conllevaba: debilidad física y del cerebro, acné, lasitud, apocamiento, etc.
Pese a que en cierta forma muchas de estas creencias perviven, la verdad es que "los estudios electrofisiológicos han determinado que el esfuerzo cardíaco implicado en el coito es más o menos el mismo que el requerido para subir dos tramos de escaleras o dar una vuelta a la manzana a paso rápido" (Masters, Jonson y Kolodny, 1996). Además de la actividad cardíaca hay que tener en cuenta la posición coital, la duración del interludio amoroso, frecuencia, velocidad y ritmo de bombeo, etc. Es cierto que la sensación de bienestar de la relajación postorgásmica se acompaña a veces de somnolencia y por supuesto se siente cierta fatiga física durante los minutos posteriores a la actividad sexual porque en definitiva es un ejercicio físico, pero la respuesta sexual humana dista mucho de ser un ejercicio extenuante, sobre todo como para que tenga un efecto debilitante tras ocho horas de sueño reparador.
Por otro lado, a algunos entrenadores les vendría mejor regular la actividad sexual de sus jugadores en vez de prohibirla. El sexo permitido y regulado puede utilizarse para mejorar el rendimiento del jugador. Como muestra, aunque existen más razones para quien las quiera ver, un deportista que puede dar salida a su deseo sexual con su pareja va a estar psíquicamente más centrado y equilibrado. Además, no hay mejor relajación que la que el propio organismo procura después de la actividad sexual. Mi consejo, si alguien quiere recogerlo, es que mejor que prohibir la actividad sexual se les proporcione a las parejas una serie de pautas y recomendaciones para que disfruten de su vida sexual sin que presente riesgo alguno al rendimiento deportivo. Cualquier sexólogo a quien consulten los entrenadores podrá ayudarles, claro que antes tendrán que ahuyentar el "síndrome" de Benito Floro con los psicólogos deportivos.