Un café con D. Álvaro Pérez. Capítulo IV


LA BICICLETA

 Imaginemos por un momento subir el Tourmalet en bicicleta. Si, ese puerto de montaña de la ronda francesa de 23 km de longitud y que asciende a una altura máxima de 2.115 m. O para no irnos tan lejos, los Lagos de Covadonga, con 18 km de longitud y una ascensión de 1.135 m.
Ahora imaginaros que vuestra bicicleta solo tuviera un pedal, pero que igualmente hay que subir cualquiera de esos puertos de montaña. No sé si seríamos capaces de conseguirlo. Algunos no seríamos capaces de hacerlo ni con los dos pedales.
                  Esto viene al caso de lo que sería un equipo de baloncesto. Probablemente el ciclista sería el entrenador y la bicicleta, el equipo. El entrenador es el que decide en qué momento esprintar, cambiar de marcha, tomarse un respiro, ponerse de pie o pedalear sentado… si el entrenador pone mucho empuje, pero a la bicicleta le falta el manillar, mal asunto. Podemos pedalear sin frenos, pero como nos coja una cuesta abajo, mal asunto. Podemos ir con un solo pedal, pero no aguantaríamos mucho. El tema del sillín, lo dejamos para otro día…
                  Conclusión: la bicicleta entera.
                  Pero mi reflexión va un poco más allá. Cuando acabamos de usar la bicicleta, no podemos dejarla tirada en un desván llenándose de polvo y demás impurezas. Hay que limpiarla y dejarla en buen estado para su próximo uso. Incluso, yo soy de los que cuando llego a casa, le agradezco que se haya portado bien durante todo el camino y que no me haya dejado tirado en mitad de la carretera.
                  Eso debe ser un equipo de baloncesto. Una bicicleta bien engrasada. Sin que le falte ninguna pieza. Con un buen ciclista que la lleve por el camino. Pero una vez llegues a casa, no te olvides agradecerle a tu equipo lo que habéis sido capaces de hacer juntos.