Por Javier Olave.
En todos los equipos juveniles, al menos en todos los bien entrenados, hay una práctica esencial que ponen en marcha todos los técnicos. Después de hacer la "once", por ejemplo (sucesivos contraataques rápidos de tres contra dos), se juega un cinco contra cinco... sin bote. Los dos ejercicios son necesarios. El segundo, imprescindible para entender el baloncesto.
Confundido entre tácticas, sistemas, nuevos diccionarios técnicos (trap, body-check...) y adornos similares (a veces simple esnobismo), hay quien se ha olvidado del alma del juego. Y en esa esencia, que tratamos de rescatar todos este año, hay algo fundamental, obsesivo, en lo que no reparan muchos jugadores y muchos técnicos. En aquellos partidos de entrenamiento sin bote, cortos y con obvia ventaja de la defensa, se aprende que echar el balón al suelo es matar la velocidad. Hay muchos bases (y muchos aleros, y muchos pívots) que tienen un reflejo dañino. Reciben e, inmediatamente, sin pensar, botan. Cuando el balón vuelve a sus manos, la defensa está replegada, el jugador que cortaba está cubierto o el tiro despejado ya está punteado.
Hay bases que cuando reciben el primer pase botan, en lugar de mirar el horizonte. En ese momento, la transición ha muerto. Hay bases que, ante la defensa contraria (¡sobre todo contra la zona!), botan, miran y remiran. ¿Para qué vale botar?.
Sólo para echar a correr, para entrar a canasta o para huir de un defensor muy presionante. Pero el bote debe tener su erótica. El que tiene el balón tiene el poder. El que tiene el balón es mirado por todo el mundo. El que tiene el balón, manda. Y no hay mejor excusa para tener el balón que botar. El balón que bota está muerto. Y el baloncesto necesita ese balón rápido de la "once" o de los partidos sin bote, en los que hay que moverse, hacer bloqueos indirectos, puertas atrás, correr, tirar... Todo lo contrario de ese baloncesto control que tanto daño le ha hecho a las gradas de la ACB.
El basket-control puede ser un recurso (un equipo que quiere parar el partido por una gran ventaja, una plantilla muy corta, una estrella muy lenta...), pero no una filosofía. El baloncesto control se casa con el bote, y el bote con el tonto. No hace falta pensar, si se bota bien, no hay que ver los puntos calientes de un ataque. No hay que ver a un compañero corriendo. No hay que ver líneas de pase. Basta botar, botar, botar, y, al final, pasar a un tipo que se abre porque tiene al marcador relajado y encima. El espectáculo... ¿para qué?.
Es tremendo que de aquellos partidos sin bote de sus equipos juveniles hayan salido un montón de hombres con el reflejo primitivo de botar, en lugar de mirar. Es terrible que sus entrenadores lo consientan, como consienten los árbitros que el balón que entra en la canasta lo toque un atacante por sistema, para matar una rápida réplica del rival. Es horrible que, después de cada falta personal, ya no se levante la mano (un gesto cortés, elegante, útil para el público y pacificador). Es una faena que ya no exista una violación llamada "zona", lo que, entre otras cosas, impide más cortes, menos aglomeraciones y más defensa de ayuda. Es un desastre que ahora haya que estudiarse una enciclopedia para entender el baloncesto, cuando antes era tan fácil, tan resultón, tan ágil, tan digno. Epi sigue pidiendo que el tiempo de ataque se recorte a veinticuatro segundos. Tiene razón. Aunque a alguno de nuestros timoneles de la ACB les faltará entonces tiempo para botar.