Un café con D. Álvaro Pérez


MI QUERIDA CANASTA



Hacía mucho tiempo que no hablaba con él. Y sonó el teléfono. Al descolgarlo me agradó escuchar su voz. Era mi amigo. El de toda la vida. Se fue de Jerez para buscar trabajo y ya nunca volvió. Estaba unos días aquí, y me contó que ayer estuvo paseando. Y llegó donde hace tiempo nos reuníamos todos. Estaba a unos diez minutos de casa. Nos veíamos cada tarde, después de acabar los estudios, porque antes había tiempo para estudiar, para salir y para estar con los amigos. El balón marca “MIKASA” de color amarillo, nos acompañaba cada día. Allí nos daban hasta bastante tarde. Y los fines de semana teníamos que madrugar, porque el que llegara tarde se quedaba sin canasta.
Estaba en un viejo aparcamiento de coches de una pequeña barriada. La red era una cadena. Nosotros mismos nos dedicamos a pintar el campo en el mismo sitio donde aparcaban los coches. Éramos los jóvenes que crecieron con la generación del la medalla de plata en las olimpiadas de los Ángeles’84. Teníamos por aquel entonces 14 o 15 años de edad, pero una ilusión que iba más allá de lo que se pueda imaginar. Íbamos allí cada día a quemar eso que ahora llaman estrés. Y luego, al llegar a casa, una duchita rápida, la cena y a dormir, que al día siguiente teníamos que ir de nuevo al cole.
No teníamos pabellones cubiertos, y si los había era prácticamente imposible jugar en ellos. Casi todos llevábamos puestas las “Tórtolas” o las “Rucanor” y los que más dinero tenían se compraban las ADIDAS “TOP TEN”, pero eso sí, solo para jugar en pabellones cubiertos. El alquitrán de la calle se comía las suelas de nuestras zapatillas y el dibujo de los balones. Había quien incluso para tapar el boquete de la suela de su zapatillas le ponía un trozo de cartón por dentro. Todos éramos entrenadores. Nos rompíamos la cabeza por emular a nuestros ídolos de entonces: Epi, Corbalán, Magic Jonson, Larry Bird, Abdul Jabar, Fernando Martín… Rara era la tarde que te ponían algún partido por la tele. Y solo, los sábados solían poner resúmenes que duraban apenas diez minutos de la NBA.

Nuestras paredes las llenábamos de póster de Dominique Wilkins o de Michael Jordan.

Y ayer volvió pasar por aquel aparcamiento. Se fijó bien, y aún quedan restos de la pintura que usamos para señalar las líneas de la zona. Estaba todo lleno de coches. Supongo que esa es la causa por la que ahora los jóvenes ya no juegan tanto como nosotros, porque quizás ya no hay pistas donde hacerlo. Seguro que no tienen pabellones cubiertos en los que resguardarse del frío del invierno. Seguro que sus padres no les compran zapatillas de marca para que puedan hacer deporte. Seguro que no hay equipos ni entrenadores en su ciudad. Seguro que su selección de ahora no gana campeonatos del mundo ni medallas en los Europeos. Seguro que el único pabellón cubierto que hay está muy lejos de sus casas. Seguro que por la tele ya no les echan ningún partido de baloncesto. Seguro que no tienen ídolos a los que imitar.

Durante un instante esbocé una sonrisa y le contesté a mi amigo: Si, seguro que es por eso…