Me andaba rondando por la cabeza en estos
días la idea de volver a entrenar. Ya han pasado unos meses desde que lo dejé,
y los fantasmas del pasado me deambulaban de nuevo por el entrecejo. Me imaginé
volviendo a sentir ese gusanillo que te entra en el estómago en los momentos
antes de los partidos. O en esos momentos en los que debes decidir esa jugada
que te lleve al triunfo o por el contrario te conduzca al más estrepitoso de
los fracasos.
Me
imaginé volviendo a esas tardes sentado delante de los cuadernos de
entrenamiento desmenuzando cada uno de los sistemas a los que íbamos a jugar
durante la temporada. Si este año apostaría por la defensa zonal, o si por el
contrario trabajaría sobre todo la individual. Aunque yo he sido más siempre de
defensas alternativas, porque creo que mantiene concentrado tanto al jugador
que está en pista como al que está en el banquillo. Pero una cosa es lo que yo
piense, y otra muy distinta a donde quiera llegar…
Me
imaginé decidiendo a quién le doy el último balón para que se lo juegue. Si
jugaré con sistemas cerrados o si por el contrario haremos ataques abiertos a
una infinidad de posibilidades. Si haría una mini pretemporada en el parón
navideño que tan bien suele irle a los equipos que he entrenado.
Durante unos
minutos me imaginé de nuevo cogiendo la pizarra en la que tantas veces dibujé
esos movimientos que nunca entienden los jugadores. Me imaginé poniéndome el
chándal de tal o cual club o selección. Me imaginé atándome las zapatillas con
doble nudo, para que nada turbara mi concentración durante el partido. Me
imaginé enfadándome con mis jugadoras porque no llegaron a defender o
animándolas cuando robamos aquel balón o conseguimos aquella canasta.
Me imaginé en la
soledad del vestuario después de un partido. O incluso antes, cuando llegas el
primero y repasas mentalmente todo lo que no debes olvidar. Me imaginé
jugueteando con un balón en el banquillo mientras tus jugadoras acaban el
calentamiento. Me imaginé pensando una vez más ese quinteto inicial que salte a
pista.
Me imaginé
saboreando las mieles del triunfo o percibiendo las hieles del fracaso. Me
imaginé de nuevo recibiendo la reprobación de aquellos a los que no le gustaba
lo que hacía o el halago de los que saben lo que cuesta cada cosa que haces. Me
imaginé recibiendo una llamada de aquellos que antes te tenían horas y horas al
teléfono preocupándose por ti y por tus cosas, y de los que hace tiempo que no
sé nada. Lo cierto, es que yo tampoco los llamo…
Me imaginé todos
esos buenos momentos que he pasado conociendo gente, jugadoras, situaciones
especiales, viajando de aquí para allá, sacrificando fines de semana,
cumpleaños, celebraciones, aniversarios, por aquello que tanto te gusta.
Y fue entonces
cuando decidí que tenía que volver. Que mi sitio estaba en las pistas.
Gritando, animando, solucionando situaciones, pateándome la pista de un lado a
otro…
Por fortuna para
mí, todo esto ocurrió mientras estaba en la cama. Cogí la manta, me tapé los
brazos porque empezaba a refrescar, y me di la vuelta para el otro lado. Porque
todo esto, como dijeron en una de esas películas cursis: “ocurrió, mientras dormía”.